Voy a tratar de hacerme la idea que lo único que funciona en el tema de control de armas, es hacerlo eficiente. Esto último significa formalizar el registro de armas, y dotarlo de cierta coherencia; por otro lado, también significa imaginar que la medida va a producir resultados en el mediano o largo plazo, y no creer cándidamente – como el ideólogo de un burócrata que quiere llevar agua para su molino –, que un control eficiente va a rendir frutos con la eficiencia de un “tronar de dedos”.
Y es que es verdad: la regulación de armas es parte del control de la seguridad dentro de un Estado; pero si es ineficiente, si se apoya en “cantos de sirena”, o si sólo se “mira el ombligo”, entonces simplemente tendremos más de lo mismo. Y en vez de cerrar el camino al aprovisionamiento de armas ilegales por la delincuencia, habremos simplemente como dice el dicho “reemplazado mocos por babas”.
Supongamos por un momento que parte de los cambios establecidos por SUCAMEC desde tiempos del 2012 podrían haber funcionado (de haber sido adecuadamente encausados), antes de haber generado el “cuello de botella” que todos conocemos, y en donde por querer generar un registro «racional» de las armas civiles en el país, se produce el efecto contrario. Simplemente se genera un “incentivo perverso” a no formalizar por la tramitología extrema en que incurrió SUCAMEC, motivando a que el usuario legal desconfíe del Estado, y simplemente no quiera renovar el registro/permiso un arma obtenida legalmente – por no saberse inmerso en una “ordalía burocrática” -, o reventarse el hígado. Muchos usuarios de armas legales «tiraron la esponja» y cedieron, de tal forma que tomaron la opción de entregarla al Ministerio del Interior, para que después sea “donada” a la policía (por “abandono”, y para que un Ministro del Interior se arme unos puntos dándola a la policía), o para que sea en caso contrario sea fundida, y que sirva para la foto de algún otro burócrata que está – o se encuentra –, tratando de “armarse” otra vez más unos puntos a través de una web institucional.
Tratando se ser crudo, es verdad: en los últimos 25 años los sistemas de registro de usuarios en la antigua DISCAMEC, los procesos de obtención de permisos, o hasta el tema de lucha contra la corrupción no habían ido del todo bien. Por otro lado, el escenario que enfrentamos ahora es diferente al de la violencia política de los años ochenta: en tiempos de Sendero y el MRTA, el Estado había rebasado su capacidad de proteger al ciudadano, y por lo mismo los requisitos de obtención de permisos de portar armas bajaron la valla (y era lógico que así fuera en ese contexto).
En la actualidad parte del problema es similar: el escenario de violencia delincuencial ha rebasado la capacidad del Estado, y los civiles – otra vez – demandan armas legales al Estado para defenderse. Poner requisitos de parte del Estado no está mal ante un nuevo escenario de inseguridad. Lo que sí está mal era revestirlos de burocracia, al punto que entre el 2012 y el 2016 debido a la gestión de SUCAMEC, la ciudadanía no interpretaba el control de armas como un intento de mejorar la administración, sino como una campaña encubierta de desarme (alineada con los procesos de desarme que gobiernos de coyuntura de izquierda en la región aplicaron en su momento, en cada una de sus coyunturas particulares).
¿Perú tiene los mismos problemas de Venezuela, Argentina, Brasil o el llamado “Triángulo Centroamericano”? Mi respuesta es “sí” y “no”: «SÍ» por haber pasado de una amenaza de seguridad como los típicos grupos alzados en armas de tiempos de la Guerra Fría a un nuevo protocolo: una delincuencia común hiper – cebada, hiper – fortalecida, con gran cantidad de recursos, comportamiento en red, y con un poder corruptor al Estado y las fuerzas de Seguridad que en el caso peruano Sendero o el MRTA jamás podrían haber soñado tener en sus mejores momentos. «NO» porque el escenario de la violencia relacionada a armas civiles en Perú, no sigue el escenario de El Salvador y Honduras con las Maras, Brasil con las Favelas, o Argentina con la delincuencia y el tráfico de drogas en las “Villas – Miseria”, o que en la Venezuela Bolivariana con sus “comunas”, su CAVIM, y sus armas en poder de milicias armadas. La respuesta es “No”: «NO» es igual.
En Perú era necesario dejar bien claro que quienes tenían antecedentes por un delito doloso (no hablo de faltas, una denuncia policial porque “me miró mal”, o un juicio de alimentos) debían quedar inhabilitados; debía dejase bien en claro «que hacer» con las armas en poder de empresas de seguridad que al dejar de existir como personas jurídicas, «perdían» sus arsenales; debía dejarse bien claro que sí «perdías» un arma legal de puño más de dos veces, pues “había algo raro”; debía dejarse claro que una licencia de defensa no era para usarla en paralelo como “fuerza de choque” en un falso Sindicato de Construcción Civil”; había de dejarse claro que los exámenes psicológicos debían tener ciertos protocolos y criterios se seguridad, pero que no debían volverse una traba más a la formalidad de los permisos.
Sin embargo, lo que no debía hacerse era culpar a los civiles del flujo de armas ilegales – y que ellos eran la razón sine qua non del arsenal de la delincuencia –; había que entenderse que habían “porosidades” en los arsenales de la policía y las fuerzas armadas, y que en ellos también yacía peso del famoso “mercado negro”, y no querer “forzar la estadística” para SUCAMEC, “echándole el pato” únicamente al civil de ser el proveedor mayoritario de armas criminales (a ese civil al que le piden ahora más controles, y papeles que los que le pedirían a cualquier administrado en el histórico de la institución). Los administradores públicos de licencias de armas debían tener más criterio, y no hacer sólo caso a “consejeros aúlicos” que a través de “breviarios” o de las explicaciones en 2D de los manuales de desarme de UNLIREC, querían modular la implementación de políticas públicas sobre el tema armas de fuego (como si fuera algo tan simple como cambiarle de cerebro al monstruo de Frankestein, y que así solita – después de la operación -, se echara a andar la criatura, sin adaptar nada…).
Las experiencias de los planes de desarme de Australia a partir de los incidentes de active shooter de 1996; o las de Inglaterra en 1997, no han demostrado más que el reducir la tasa de homicidios por arma de fuego no reduce la tasa de homicidios en general, o la tasa de crimen violento a inocentes, y esta medida que es sólo un “chupetín”, puro efectismo. Al menos la estadística ha mostrado un lado más nefasto en el caso australiano: al desarmarse a los civiles, los índices de invasiones de domicilio por delincuentes (que no respetan los protocolos de desarme y entrega voluntaria de armas) se dispararon respecto a número de incidentes.
Cada solución al tema del control de armas es particular; y debe tomarse en cuenta respetando, los derechos civiles y constitucionales en cada Estado para medir el impacto y los daños colaterales a terceros. Para el caso particular peruano: sí creo que las políticas de control de armas no deberían ser implementada únicamente por “expertos” con diálogos de ONG desarmista (que en el mejor de los casos no saben la diferencia entre una pistola y un revólver, o un arma larga u otra cosa), sino por equipos más «mixtos», que recojan sectores de la sociedad civil de forma más activa, y proceses soluciones reales al problema, desde múltiples aristas.
Quienes están del lado de la administración deberían saber que el punto del control de armas es “flanquear” el mercado negro a los propósitos de la delincuencia, y que el control puede llegar ser efectivo si tiene alguna racionalidad. Lo rescatable en las medidas de registro que SUCAMEC ha aplicado tendrán un efecto, pero no antes del mediano y largo plazo, y cuando que se entienda que el problema es más “amplio”, que “echarle la carga” a las armas civiles a la inseguridad, generando la percepción de un desarme encubierto.
Tal vez cuando las autoridades superen su “erisipela política”, y quieran dejar de cambiar las lógicas de control de armas con cada incidente criminal. Cuando dejen de «corretear» a los medios, para prometer en una entrevista «burocratizar más y más los procesos» ante un público enardecido, es que tal vez estas autoridades descubrirán que el tema ya está efectivamente regulado, y que lo racional en las políticas de control implementadas hasta ahora, sólo rendirá frutos en el mediano o largo plazo y no antes. Querer cambiar el sentido de las cosas, sólo es buscar un “chupetín” o únicamente una solución para “té de tías”, antes que un enfoque realista al rol del control de armas de fuego en la presente crisis de inseguridad.